La bailarina cavernaria


En las tabernas de Roble Fuerte no suelen haber espectáculos. La gente va y viene. Toman cervezas y cenan. Duermen si el viaje que están emprendiendo es largo y si no solo echan una cabezada en la misma mesa al lado del fuego.

En la Taberna de Ross, El Galgo Flaco, nada era como en las demás. La comida era la mejor. Las habitaciones, las mejores. Los clientes no armaban barullo, pues conocían a Ross. Era un hombre fuerte, algo gordo, pero una de esas personas con las que nadie tiene ganas de pelea. Calvo y barbudo, ojos marrones y nariz ancha y chata, seguramente por todos los puñetazos que habrá tenido que llevarse a lo largo de su vida.

En El Galgo Flaco también hay un espectáculo muy famoso en toda la ciudad de Roble Fuerte. Hace un año que allí se aloja una bailarina exótica. Según se cuenta, actúa a cambio de comida y cama en la taberna. Es un buen trato. Atrae clientes y así Ross llena el local. Sin embargo, muchos viajeros cometen el error de considerarla una prostituta. No ha sido solo una vez en que Ross ha tenido que moldear un mapa en la cara de alguien al intentar llevarse a la chica a su habitación en contra de su voluntad.

El espectáculo suele comenzar pasada una hora desde el anochecer. La joven, con extraños ropajes que dejan tozos de tela sueltos al moverse, baila al son de tambores y flautas. El fuego siempre está encendido en la chimenea de la taberna cuando ella baila. Solo el fuego. Las lámparas de aceite se apagan para ese momento. Dicha iluminación genera tras la muchacha unas sombras mayores que ella.

Esa noche en concreto era especial. En la fiesta de la caverna, que según cuenta la leyenda, era en ese día cuando los bárbaros cavernarios se unieron al Imperio de Gozen, en la taberna se hacía un espectáculo conmemorativo. En dicho espectáculo la bailarina iba con algunas pieles sin curtir como ropa. Los tambores eran troncos huecos de madera golpeados con huesos de animales. Las flautas eran de madera y hueso. Todo ello junto al pequeño coro de la capilla, que Ross había contratado para esa noche, daría unos muy buenos beneficios. La taberna estaba a rebosar. El silencio inundaba todo el comedor hasta que empezó el baile.

El baile comenzó. Todos los clientes, que en su mayoría eran extranjeros que venían de viaje por cualesquiera que fuesen sus motivos, solo podían mantener el aliento mientras la joven bailaba. El violín, el instrumento más caro y preciado de Ross, lo tocaba su pequeña hija con una maestría igualada por pocos. La chiquilla tenía a penas unos quince años, pero dominaba su arte como el mejor espadachín de Altocuerno su estocada.

A los pocos segundos del violín, entraron en escena las flautas, y ya por último la percusión. Sus movimientos, sincronizados a la perfección con la música, eran rudos, salvajes y brutales, tal y como pretendía desde un principio. Imitaba bailes más antiguos que las grandes canciones y los primeros escritos que los cavernarios inventaron como danzas de guerra, de fertilidad y de honra a los muertos. La muchacha era una de los cavernarios que fueron convertidos en imperiales también.

Su pelo era oscuro, difícil de discernir el autentico color con la luz que había. Era pálida y también pequeña, de metro y medio aproximadamente. También era rápida en sus movimientos. Mucha destreza era la necesaria para realizar tales movimientos en sincronía con la música sin perder un solo paso. Algunas pulseras y collares adornaban su cuerpo, así como los pendientes. Sus ojos eran oscuros a la tenue luz del fuego, pero probablemente no fuesen marrones.

El fuego siempre está encendido en la chimenea de la taberna cuando ella baila.
Sólo el fuego.





Entre los clientes que observaban absortos el espectáculo, uno destacaba. Miraba atento cada movimiento mientras bebía su cerveza. Sabía de esos movimientos. No eran solo un baile, eran un estilo de lucha cavernario. La joven demostraba dominarlo, pero también se apreciaba un cierto refinamiento, propio tal vez de los años pasados entre gente de la ciudad. Podía pensar todo ello solo con ver moverse a la joven. Era habíl, probablemente supiese manejar muy bien el arma de los cavernarios. Un cuchillo largo y curvo que llamaban nori. Requería de mucha habilidad para manejarlo con precisión. El arma medía entre los cuarenta y los cincuenta centímetros de recorrido de la hoja, ignorando la curva, se quedarían entre los veinticinco y los treinta centímetros.

Los cavernarios no usaban grandes armas porque nunca habían tenido armaduras que penetrar hasta que el Imperio de Gozen llegó a sus tierras. Ahora, sin embargo, la mayoría de los cavernarios había adoptado las costumbres de sus visitantes y ahora señores. Se habían modernizado en gran medida, acondicionando sus cuevas al estilo de vida de Gozen, vistiendo sus ropajes y guardando los antiguos solo para rituales y danzas espirituales importantes. El Imperio de Gozen no había obligado a los cavernarios ni a abandonar su estilo de vida en cuevas ni a cambiar de deidad o costumbres. A cambio de todo lo que les ofrecieron, el Imperio solo quería acceso a sus minas. En el territorio cavernario se hallaban los mayores depósitos naturales de diamantes y oro. Tras veinte años de trabajo conjunto, unos modernizándose y otros enriqueciéndose, el Imperio era cada vez más fuerte, tanto económicamente como militarmente, pues los jóvenes cavernarios, deseosos de conseguir una armadura y experiencia en combate, se alistaban en el ejército imperial.

El baile terminó mientras el viajero terminaba a su vez su cerveza. Se levantó de su mesa y habló un instante con el posadero. Ross lo miró iracundo al principio, pero cuando el extraño le pasó la bolsa llena de monedas se relajó y le dejó subir a la habitación la que acababa de pagar.


-¿Así que eres una cavernaria? – preguntó el hombre.
Vestía ropajes de cuero endurecido, al parecer era un aventurero. Su rostro estaba surcado por algunas arrugas, era mayor, su pelo era canoso, pero no llegaría a la cuarentena de años todavía. Su nariz era pequeña pero afilada, sus ojos eran azules y tenía una cicatriz en la mejilla dispuesta diagonalmente desde la nariz hasta el eje de la mandibula. En su habitación, además de las alforjas del caballo donde almacenaba su equipaje, tenía algunas armas cerca. Una espada larga, un par de puñales curvos, arco con aljaba de flechas y una pequeña maza. Estaba sentado en la silla, justo al lado de la mesa de su habitación. La chica que había bailado abajo ahora lo hacía para el extraño. Ross le había prometido la mitad del oro que el viajero le había dado.

-¿Tanto se nota? – no fue siquiera necesario entonar para la ironía. No dejó de bailar mientras hablaba. Lo hacía sin música, pero solo bailaba. Sus caderas se movían de extrañas pero atrayentes maneras. Sus muñecas hacían lo propio. Parecía como si un grupo de serpientes se hubiesen puesto de acuerdo para convertirse en persona para bailar así.
-En realidad no. Conozco a algunos de los tuyos y he visto vuestras danzas.
-Hombre afortunado…- contestó la chica.
-Pero bailas mucho mejor que las mujeres que vi la última vez en las tierras cavernarias. –dijo echando un trago de su pellejo de vino.
-No vas a conseguir que te acompañe a la cama, espero que lo tengas claro.- contestó de nuevo fríamente.
-¿Y eso? ¿No soy tu tipo? – medio sonrió el hombre.
-Exacto, eres un hombre.
Se dobló un poco como parte del baile, haciendo en alguna ocasión un ángulo de noventa grados en su vientre.
-Te gustan las mujeres entonces.
-No. Me gusta lo que yo elijo que me guste. No me acuesto con quien me paga, en Gozen tienen un nombre para esa gente y yo no soy una.
-Puedo no pagarte si lo prefieres.
-¿Cuánto crees que tardaría en irme de aquí entonces? Me pagas para que baile para ti, solo eso. Si quisieras algo más no lo haría ni borracha.
Su baile no se detenía en instante alguno. Solo el recuerdo de cómo era la música le valía para seguir a la perfección el baile. Probó algún que otro movimiento nuevo, así no se arriesgaría a probarlos delante de más gente, no volvería a ver a ese tipo en su vida.
-Tienes una lengua afilada. – la miró de arriba abajo.
-Haz lo que estás pensando y verás que mas cosas tengo afiladas…
-Tranquila, no pienso hacer ninguna tontería. Me llamo Guren. ¿Cómo te llamas tú?
-¿Crees que sabrías pronunciarlo?
-Prueba a ver- dijo el hombre tranquilo y aun bebiendo.
Eso provocó una ligera sonrisa en la muchacha.
-Daveliriasanacarieldana.
-Joder… tú ganas. –río el hombre. Ella también sonrió a la vez que se deba la vuelta siguiendo con su baile, ahora contoneaba las caderas algo más exageradamente que antes.
-Llámame Dana. Es lo que hace todo el mundo por aquí.
-Gracias, mucho mejor así, Dana.
El hombre hizo una reverencia, solo con la cabeza y aún sentado. Luego bebió algo más de vino.
-¿Tanto te interesan los bailes de mi pueblo que me haces venir para bailar para ti en privado?
-En realidad no me importan mucho los bailes. Pero por como te mueves, he visto que no eres una simple bailarina.
-¿Oh?
-Debes de ser una especie de guerrera. Tus movimientos so los de un guerrero, pero los adaptado a tu baile, lo que implica que los conoces y dominas. ¿Cómo se llama ese estilo de lucha?
-Asuk nori.
-Ya veo. Pues como te decía, me he dado cuenta de que eres en realidad más guerrera que bailarina… y me gustaría ofrecerte una especie de trabajo.
-¿Recuerdas las cosas afiladas de las que hablamos antes?
El tipo sonrió de nuevo, la chica tenía carácter.
-Lo recuerdo. Solo quiero que me acompañes en mis viajes. Soy aventurero, por decirlo de algún modo, y necesito compañeros.
-Eres algo mayor para eso, ¿no tienes ya compañeros?
-Tenía. Algunos se casaron, otros murieron y otros simplemente se retiraron para tener una vida mas tranquila. Yo era el mas joven de mi grupo, por lo que aun tengo algo de energía que quiero quemar.
-Según he oído, los aventureros son mercenarios que aceptan cualquier cosa que encuentran, y eso funciona cuando deciden pagaros, porque la mitad de las veces no suelen hacerlo.
-Bueno, es cierto que no es la más fácil e las vidas, pero es la más emocionante.
-Aquí como tres veces al día y duermo a resguardo.
-No eres solo una bailarina, eres una guerrera, y veo en tus ojos las ganas que tienes de sentir algo nuevo, de tener una buena aventura que contarles a tus antepasados cuando te reúnas con ellos.
La chica sonrió al oírle hablar, aun sin dejar de bailar.
-No creas que sabes tanto sobre mi cultura. Y ya no somos tan supersticiosos. Muchos se han convertido a los dioses de Gozen.
-Pero tú no… ¿Me equivoco?
-No, pero vivo muy bien aquí, no tengo una gran necesidad por irme. Y no me iría sola en todo caso.
-¿Tienes a alguien que te retenga aquí?
-Si, vivimos bien y fácilmente, es difícil renunciar a eso.
La chica se detuvo lentamente hasta parar por completo.
-Se acabó el baile, Guren. El oro que prometiste.
El hombre, algo resignado le tiró una bolsita con momeadas que tintinearon al tirarlas y al caer en la mano de la chica, que la atrapó hábilmente.
-Piénsatelo en cualquier caso.
-Lo haré, pero no te prometo nada. Un placer hacer negocios contigo.
La chica salió por la puerta y Guren se quedó mirando el picaporte de madera.


En la taberna de Ross, el Galgo Flaco, nada era como en las demás.


Dana dormía, como siempre pasada la media noche. Estaba acompañada, como cada noche. El chico se llamaba Jilvariadarionamaruk, pero todos le llamaban Jil. Era otro cavernario. La había acompañado desde su tierra natal. Vivía en la posada como cocinero y friegaplatos, que se había negado a bailar junto a su compañera. Era delgado, tenía el pelo largo, castaño muy claro. Los dos jóvenes estaban por la veintena, pero Jil era más joven que Dana, aunque no mucho.

Fue precisamente este quien despertó primero. El olor del humo y los gritos desde la calle le despertaron.
-Dana, despierta- le dijo agitándola por el hombro.
-¿Qué quieres…?- su voz era aún algo ronca por el sueño.
-Parece que hay fuego.
-¿Qué va a haber fuego? Estabas soñando… duérmete otra vez.
-Que no, de verdad, oigo a la gente gritar. ¡Vamos!

Dana se levantó a regañadientes. Jil estaba ya vistiéndose. Al poco tiempo, el humo comenzó a filtrarse por debajo de la puerta. Apenas les dio tiempo a coger sus armas y poco más de su ropa. El fuego debía estar tocando ya a su puerta, pues al intentar girar el pomo Jil apartó la mano. El pomo estaba tan caliente como un carbón al rojo, o eso le pareció. No era buena idea abrir la puerta. Se alejó de la puerta y miró por la ventana. Justo debajo había un toldo y un abrevadero para caballos.

Iba a doler.
-Dana, hay que saltar.
-¿Qué? Ni de broma.
-No podemos salir por la puerta, ¡está todo ardiendo!
-¡Pero…! Maldita sea…

Ante su resignación, Jil saltó primero.
Rompió los cristales al traspasar la ventana, lo que le provocó algunos cortes, pero nada de gravedad. Rodó por el toldo y cayó en el abrevadero.
Aún en el cuarto, Dana miró la ventana atónita. ¿En todo ese tiempo no le había dicho a Jil que la ventana se podía abrir?

-Con razón Gozen nos conquistó sin una sola batalla… - negó para sí antes de saltar. Ya no había peligro, Jil se había llevado todos los cristales consigo.
Saltó, rodó y cayó en el abrevadero. Salió empapada. Los dos jóvenes cavernarios iban solo con ropa de lino, muy propia para dormir en las tierras del Imperio. Justo delante de ellos, cuando salieron del abrevadero, les esperaba Guren, y
detrás de él mucha más gente, curiosos y temerosos, todos juntos observando como la taberna más famosa de Roble Fuerte ardía hasta los cimientos.
-¿Te lo has pensado ya? –preguntó Guren a espaldas de Dana. Ella se giró y lo miró un instante. Soltó un suspiro y negó para sí.
-No me lo puedo creer…



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