Obligaciones

-Me voy, tengo trabajo.
-Eh, Lynx. ¿A dónde vas? A mi nadie me ha dicho nada –preguntó Onca.
-No tenemos por qué ir a todas las misiones juntos, esta es pequeña, puedo ocuparme solo.
El cuarto estaba completamente a oscuras. No se veía nada, no era un lugar para gente que estuviese acostumbrada a vivir con la luz del Sol. La gente normal era incapaz de moverse con soltura en la absoluta oscuridad, con un bajo nivel de oxigeno en el aire, bajo tierra, y con una humedad constante. No, la gente normal no podría dar más de dos pasos sin caer o chocar con algo.
Los caballeros esclavos no eran gente normal.

En la oscuridad solo contaba lo que conocías, como habías dejado las cosas antes de volver, el eco de la voz contra las rocas, la disposición y consistencia del suelo te avisaban que la tierra se acababa y que empezaba un precipicio en medio de la impenetrable oscuridad.
Se ató las botas, enfundó sus dos espadas, preparó el arco y las flechas y cogió su petate, que luego metería en las alforjas de su caballo, que le esperaba en los establos de la superficie.

Los caballeros esclavos eran siervos de por vida de los Gobernadores. Gente a la que se le había perdonado la vida a cambio de sus servicios. Aunque normalmente, quienes entraban a formar parte de ese tristemente celebre cuerpo eran los hijos de nobles traidores o de otros caballeros esclavos que aún no habían pagado por todos los crímenes que se les acusaban. Cuando uno de estos guerreros era especialmente valioso se le imputaban más cargos para que sus servicios fuesen perpetuos para el Imperio. Aunque la mayoría obtenían indultos para que criasen una familia y adiestrasen a sus hijos, con el fin de crear grandes caballeros esclavos a su vez.
-¿No va a ir Wiedii contigo? ¿La vas a dejar aquí sola, donde podría pasarle algo?- al parecer, Onca estaba hoy con ganas de pelea.
-Sabe cuidarse sola, y si intentas algo… Mejor vigila lo que comes y bebes, y no duermas demasiado profundamente –Lynx no respondió a su provocación –Además, está en una misión. Creo que podré volver antes que ella.
-¿Qué tienes que hacer?
-Unos idiotas han quemado una taberna, han muerto algunos clientes. La guardia de Roble Fuerte cree que fue Guren.
La risa de Onca fue mas de incredulidad que de autentica diversión, aunque también.
-¿Ese viejo? No me aguantaría ni un minuto.
-Ni a mi, tranquilo, volveré pronto.
-Pardalis también está fuera ¿Qué le digo cuando vuelva? ¿Cuándo vuelvan todos?
-Lo mismo, que no tardaré.
Lynx comenzó a andar. Onca estaba solo en la base y se aburría de no tener trabajo. Normalmente era él quien se encargaba de sofocar pequeñas rebeliones, adiestrar tropas, hacer de guardaespaldas de algún noble importante y demás. El trabajo de Lynx era más requerido.
Capturar a los criminales fugados y llevarlos ante la justicia.

El trabajo de los demás podía variar, había veces que no paraban de realizar misiones para el Gobernador y otras veces que estaban meses sin hacer nada. Wiedii, por ejemplo, no era una de ellos, al igual que Lynx, estaba siempre entrando y saliendo de la base. Su trabajo era el de espiar, colarse en fiestas de la mas alta nobleza, interpretar el papel que se le daba, conseguir un poco de información por aquí, verter un poco de veneno en una copa por allá, y cuando había que luchar, eliminar sutilmente a quien fuese que hubiese que eliminar antes de que tuviese tiempo para desenfundar siquiera.

Tras unos minutos caminando hacia la superficie, subiendo escaleras la mayor parte, vió la luz del sol a lo lejos. Esa luz al final del túnel estaba lo suficientemente alejada como para que tuviese tiempo de acostumbrar la vista a la luz antes de salir.
Una vez estuvo fuera, calmadamente y mirando al suelo dejó que sus ojos se habituasen a la luz del mediodía.

Las botas de cuero se agarraban bien en la roca que surcaba toda la entrada a la base. Iba vestido con una armadura de placas de cuero tachonado, ligera, compacta, no le restaba movilidad y le otorgaba cierta protección. Los ojos verdes y muy claros era lo único que se veía de su cara. Llevaba una máscara que imitaba el rostro de alguna especia de felino. La mascara era de hierro negro. Hacía las veces de yelmo protector, pero en realidad era el rostro de todos los esclavos, privados de su humanidad al llevarla. Así había sido desde la fundación del Imperio y nada cambiaría esa tradición para con los esclavos. Tenía prohibido tener un nombre propio y un rostro. No eran humanos, eran animales u objetos, nada más.
 A la espalda llevaba una de sus espadas, al cinto otra, la más larga. En la espalda llevaba también el carcaj con flechas y el arco. Se acercó a los establos, donde estaban los caballos.
Cuando respiraba, el sonido era aterrador, como el resuello de una bestia encerrada. El aire era expulsado a través de la pequeña rendija en la boca de la máscara, la cual estaba muy disimulada en la forma de ésta.

La salida de la cueva daba a una base militar donde había unos quinientos hombres como tropa principal. Ninguno de los soldados se atrevía a entrar en la cueva donde los Caballeros Esclavos se entrenaban y vivían. Sin ellos delante se atrevían a burlarse de ellos, dada su condición de esclavos, pero con alguno cerca, era mejor estar en silencio. Todos les temían, y en la Región todos habían oído alguna vez alguna historia sobre algo que algún Caballero Esclavo había hecho. Aunque fuesen siervos, eran la tropa que rivalizaba con la de élite del Gobernador de cada Región.
Lynx se acercó a su caballo, un zaino castaño que era mediano, de patas finas, pero que era también el más rápido de los caballos que allí había.

Cuando salió de la base, nadie preguntó, solo abrieron la puerta y suspiraron, en ese momento solo quedaba un Caballero Esclavo en el campamento. Tendrían que seguir llevando cuidado, pero si salía de la cueva lo sabrían y no harían locuras mientras bebiesen que pudieran enfadarle.


-¿Entonces, me cuentas a donde vamos?- Dana iba a caballo con alguna que otra dificultad. Era un caballo alto, por lo que le costaba un poco llegar a los estribos.
-Si, claro. Vamos a reunirnos con otro compañero- Guren iba a la cabeza de la pequeña columna, no hacía demasiado calor y llevaba la capucha del chaleco puesta, algunos de sus mechones canosos largos salían a relucir fuera, pero no muchos -Por cierto, tu chico sabe luchar, ¿supongo bien?
-Supones bien.
-Aunque no uso el nori como ella, prefiero la espada curva del sur, la cimitarra. El nori es un arma para mujeres. –dijo Jil medio mirando el paisaje.
-Esa arma fue la que llevaron tus antepasados –respondió Dana.
-Yo no soy mis antepasados, es hora de modernizarse un poco.
-Buena idea. Iremos a buscaros ropa con la que podáis ir de incógnito. En Santa Julia nos espera nuestro compañero. Le dejé allí atendiendo un trabajo mientras yo buscaba más miembros, os gustará.
-¿Qué trabajo? –preguntó Dana.
-Una tontería, nada de gravedad. Mirad, ahí está la ciudad.
-No es muy grande –dijo Jil.
-Bueno… es mas un pueblo grande que una ciudad, pero eso da igual ahora, os presentaré a Isirion, debe de estar en la posada en la que estuvimos alojados.

Guren aceleró el paso de su caballo y los dos cavernarios le siguieron el ritmo unos minutos. Ya estaban más o menos cerca de la entrada de la ciudad. Cuando llegaron, no había nadie, solo el murmullo del viento entre las casas. Aún así entraron en la calle mayor del pueblo. No había un alma. Santa Julia era una ciudad comercial próspera y no era ninguna fiesta conocida ese día ¿Qué motivo entonces había llevado a todos los habitantes a desaparecer de la calle y de sus puestos de trabajo, los cuales estaban simplemente cerrados?

La respuesta vino sola, un joven muchacho cruzó la calle a unos cuantos metros de los tres aventureros. Guren se acercó a preguntar.
-Muchacho. ¿Qué pasa aquí? ¿Dónde está todo el mundo?
-Es la boda de la hija del Alcalde de la ciudad. Ha invitado a todo el pueblo. Estaba muy contento cuando lo anunció ayer.
-¿Y eso? –preguntó Jil.
-Su hija es horrenda, mi madre dice que es un milagro que alguien haya accedido a casarse con ella. Y dicen mis amigos que sus padres les han dicho que quien se va a casar con ella es un hombre alto, que viste con túnicas raras, que lleva coleta alta y unas espadas muy raras, pero que a pesar de eso es normal y que nadie lo entiende. He visto a la hija del Alcalde, es más fea que el culo de mi perro.
-Nos ha quedado claro, chico. Dinos donde es. Veremos si encontramos allí a un amigo. –dijo Jil.
-Es en la gran iglesia del pueblo, al final de esta calle, no tiene perdida.
-Gracias chiquitín –dijo Dana.
Continuaron su camino por la calle mayor y el niño cruzó para reunirse con sus amigos.

La respuesta vino sola, un joven muchacho cruzó la calle a unos cuantos metros de los tres aventureros.

Al llegar al final de la calle llegaron a la gran iglesia. Era como una pequeña catedral, con grandes escalones que formaban un gran semicírculo alrededor de la iglesia. Subieron por ellos para llegar a las puertas. Estaban abiertas y se oía el murmullo de personas en el interior. Cuando entraron, Dana y Jil se encontraron con una autentica ceremonia de matrimonio de gente de Gozen. Gente vestida con sus mejores galas, todos sentados correctamente en los largos bancos de madera que iban de lado a lado en la gran estancia. Habría fácilmente mil personas allí congregadas. La visión de Guren era bien distinta. Se fijo ante todo quien era el novio de la famosamente fea hija del Alcalde. Se trataba ni más ni menos que de Isirion. Un sudor frío comenzó a recorrerle el cuello. ¿Como había pasado eso? Solo tenía que obtener información de la chica, no casarse con ella.

Se apartó de los dos cavernarios y se acercó al altar, donde esperaba solo el novio.
-Isirion, ¿Qué cojones haces aquí? – le habló entre susurros.
El joven y extraño guerrero se giró sonriente al oír la voz de su compañero.
-Las cosas se han complicado un poco. Me dijiste que tendría que hacer feliz a la chica para que me diese los mapas de su padre de la zona de la Meseta Central.
-¡Eso no me explica por qué coño estás a punto de casarte con ella!
-Ella dijo que lo que le haría más feliz que nada era casarse. De modo que pensé que la forma de asegurarnos que nos diese los mapas era casándome con ella, así no podría negarse.
Guren negó mientras lo miraba a los ojos.
-Estas loco, definitivamente.
-Te prometí que obtendría esos mapas a cualquier precio.
-¡Si te casas con ella tendrás que quedarte aquí! ¡Maldita sea! ¡Y encima a lo mejor ni siquiera te los da!
-En eso te equivocas. Los tengo aquí, mira –metió una mano dentro de su túnica y los sacó un poco, lo justo para que Guren los viera.
El viajo aventurero guardó silencio un instante, asimilando posibilidades.
-Genial, un poco de suerte, ahora nos vamos con disimulo y aquí no ha pasado nada.
-Pero le hice una promesa y tengo que cumplirla, mi honor…
-No no, no, no, tranquilo, te explico. Ella es la hija de un Alcalde, y tú ni siquiera eres de la Región, eres de la Región rival a esta de hecho, si te casas con ella, será una deshonra para toda su familia y su estirpe por generaciones. Tu honor te impide casarte con ella, debes protegerla de tal deshonra.
El horror se dibujó en el rostro de Isirion mientras asmilaba esa nueva información.
-Oh, demonios. He estado a punto de deshonrar a toda una estirpe. Mis antepasados perdonarán que rompa mi promesa si protejo el honor de la joven Cecilia y de su linaje yéndome de aquí.
-Si, sin duda te perdonarán, y le has dado unos momentos de gran felicidad, lo que bien vale esos mapas, asunto zanjado.
-¿Tu crees?
-Seguro, confía en mí, ¿te mentiría yo?
-Disculpe, señor, ¿pero quien es usted? – detrás de Guren había un hombre rollizo, de un mostacho generoso que iba de lado a lado de la cara y se rizaba un poco en los extremos. Era medio calvo y su traje negro a botones a penas podía retener su prominente barriga.
-Un amigo del novio, lo siento mucho, pero tengo que llevármelo.
-No os preocupéis Alcalde. No os deshonraré a vos ni a vuestra hija, y tampoco a toda vuestra casta. Desconocía que perteneciéramos a Regiones rivales.
Guren no le permitió seguir hablando, lo cogió del brazo y comenzó a arrastrarlo a la salida casi por la fuerza. Isirion le seguía difícilmente durante los primeros pasos, pero luego fue a su ritmo, aun cogido como si fuera una niña llevada de la mano por su madre enfadada.
-No hay Regiones rivales entre si en el Imperio… -dijo para si el Alcalde. Cuando se dio cuenta de que pasaba, gritó -¡Cogedles! ¡Se llevan al novio! ¡Mi hija se va a casar hoy!
La reacción fue instantánea. Todo el mundo se giró en sus asientos para mirarlos. Dana y Jil aun estaban en la puerta y se habían dado cuenta de qué ocurría.
-¡Corred! –gritó Guren.
No pensaron, solo actuaron. Isirion corrió a la par que Guren hasta llegar a la puerta. Dana y Jil habían salido corriendo instantes antes y ya estaban uno a cada lado de la puerta. En cuanto salieron los otros dos comenzaron a cerrar las puertas de la iglesia.
-¿No hay nada para atrancarlas?- preguntó Jil dejándose llevar por el acelerar de su corazón.
-No hay tiempo. ¡Corred! –volvió a gritar Guren. Los caballos seguían atados en el poste de la tienda que estaba al lado de la iglesia.
Todos montaron en sus caballos menos Isirion, que los miró extrañado y estos a él. Había más caballos atados además de los suyos.
-¿Qué haces? Coge un caballo y síguenos. –le espetó Guren.
-No voy a robar un caballo, mi honor se vería mancillado.
-Esto no me puede estar pasando. – Guren desmontó – Monta en el mío, yo les explicaré la situación.
Isirion pareció mostrarse conforme, subió al caballo de Guren y los tres jóvenes salieron al trote por la calle mayor hasta la salida de la ciudad. Cabalgaron unos minutos más a una buena velocidad. Cuando creyeron estar a suficiente distancia de la ciudad se detuvieron. Minutos después apareció Guren montando otro caballo.
-¿Se lo has explicado? – Preguntó Isirion.
-Si claro, el Alcalde lo ha comprendido perfectamente, incluso me ha regalado su caballo como agradecimiento. Ahora salgamos de aquí. –Guren no esperó respuesta, solo emprendió un galope ligero para adentrarse en el bosque que estaba a las afueras de Santa Julia.
Dana se puso a la altura de Guren. Isirion y Jil comenzaron a hablar unos metros atrás, lo que dio la oportunidad a Dana de hablar con Guren sin temor a ser escuchada por los otros dos.
-En cuanto nos fuimos robaste ese caballo y le has mentido a Isirion ¿Cierto?
-¿De verdad te hace falta preguntarlo?
-No, es que me gusta oír mi propia voz destapando mentiras ajenas.
-Si se lo dices es capaz de volver y casarse.
-No he dejado Roble Fuerte para que mi aventura se acabe tan pronto. Los cavernarios tenemos un concepto diferente de la mentira que los de Gozen.
-¿Y cual es?
-Que si el que miente es otro, nosotros no tenemos por qué desmentir nada si no nos beneficia. Allá tú con tu conciencia. Y si Isirion no sabe ver a través de una mentira es que no merece saber la verdad.
-Ya veo…
-Sigue haciendo que me lo pase bien como hasta ahora, y seguiré pensando así.
Guren y Dana sonrieron en ese instante de pequeña complicidad y rieron.
Iba a ser un viaje interesante.